
Ya no espera ningún amor, sólo depende de su propia felicidad. Puede apreciar con otros ojos la hora tope de calor a las cuatro de la tarde, y cómo oscurece el día a las 19:45. No espera la compañía de esa persona utópica e imaginaria, disfruta del transcurso natural de las cosas. Ya no grita, ahora camina. Y lo hace por un camino que no está escrito como ella esperó escribir siempre, pero lo acepta, y sin embargo, está mejor que nunca.